Inmersos
hasta el tuétano en la campaña electoral más reñida de la historia de la
democracia, todo sigue un vertiginoso ritmo, un crescendo desbocado hasta la catarsis del 20D. Los estrategas de la
mercadotecnia electoral están haciendo su agosto en diciembre; aquí también el
capitalismo consumista ha impuesto sus leyes y los candidatos quieren parecer ahora
en pantalla atractivos, humanos, cercanos, honestos… Hasta aquí todo es
compartido con las democracias de los países desarrollados, pero en España hay
síntomas de que ese régimen no ha llegado a su madurez. En ninguna democracia
avanzada podría permitirse que un candidato que ha cobrado sobresueldos, que ha
jaleado vía SMS a un delincuente, que ha encabezado un partido donde ya ha sido
acreditada por los jueces la existencia de una caja B (las otras sospechas mencionadas
se acreditarán en breve); es una anomalía que un presidente apenas comparezca
ante la prensa y, cuando lo hace, sea a través de un plasma; en ningún sistema
democrático que se precie un partido sustentado en la corrupción sistémica encabezaría
las encuestas, pues hubiera sido borrado del mapa por los ciudadanos. No nos
engañemos, España no es una democracia madura; quedan muchos ecos del
franquismo y el dato de que el granero electoral del partido que se resiste a
romper con esa herencia autoritaria se encuentre en la población más añeja es
muy revelador…
Sin
duda, esa masa envejecida y mayoritariamente residente en zonas rurales o de
pequeñas poblaciones, augura un futuro muy negro al PP. Las áreas más dinámicas
y pobladas, las que marcan tendencia, están apostando por los partidos
emergentes. Así pues, la herencia del franquismo –además de al PP muchos vicios
de la “vieja política” también afectan al PSOE- tiene más bien los días
contados, aunque eso no es vacuna segura contra la ultraderecha rampante en
Europa… El mal muta, no desaparece, mantengámonos alerta. Reconocida nuestra
anomalía democrática y augurado nuestro incierto futuro no franquista, vamos a
lo que marca la agenda del país. ¿Qué nos jugamos en estas elecciones generales?
Muchísimo; pues, tras la etapa más virulenta de la crisis, estamos en un
momento vórtice. En un contexto globalizado esa encrucijada supera nuestras
fronteras; estamos ya irremediablemente ligados primero a Europa, después al
mundo. Por ello debemos votar pensando en clave global, algo que todos los
partidos han parecido olvidar focalizándose en un quítame allá esas pajas
patrias (el debate a cuatro lo escenificó).
Si
convenimos que el capítulo más determinante es la economía, hay que mirar cuál
ha sido el papel de los partidos en los foros europeos, pues desde allí se
imponen nuestras políticas económicas y financieras. De esta manera encontramos
un bloque que defiende la gobernanza neoliberal de la Comisión Europea y el BCE
donde se alinean PP, Ciudadanos, PSOE, CIU, PNV… frente a una alternativa de
izquierdas que alberga a Podemos, IU-UP y otros periféricos. Es la hora de
decidir si apostamos por una Europa regida por los mercaderes y las
multinacionales (el TTIP refrenda eso con alevosía y secretismo) o si enfilamos
hacia una Europa social y solidaria, tal como defienden los partidos no alineados
con la citada estrategia dominante. El imperio neoliberal, emblematizado en el
IV Reich de Merkel, continuará con austeritarismo, recortes, reformas
laborales, ayudas a los bancos y la barra libre del TTIP para las
transnacionales; en definitiva, seguir menguando las rentas del trabajo para
engordar las del capital. Esto es lo que de verdad nos jugamos el 20D. En el
equipo merkeliano juegan las derechas y el PSOE social-liberal y, en el caso de
ganar esos aplicados pupilos que
aceptan sus reglas de juego, la jefa garantiza crédito… Si se opta por la
rebelión, el porvenir es incierto, pero es el único futuro de libertad y justicia.
Una alianza meridional de Portugal, Grecia y España podría poner en jaque al EuroReich.
Sin duda esta es la opción más patriótica, aunque no tenga nada que ver con el
patrioterismo rojigualda del PP o Cs (Pedro Sánchez quiere competir a ver quién
la tiene más grande, la bandera).
Ya
en nuestro terreno nos jugamos un modelo de Estado que pueda solucionar las
tensiones surgidas en Cataluña y agazapadas en Euskadi. O seguimos con el sistema asimétrico de autonomías o
apostamos por un Estado Federal o Confederal donde tengan cabida otras
identidades nacionales. PP y Cs refrendan el “café para todos” en una sola
identidad, los socialistas apelan al bálsamo federal mientras Podemos e IU
aceptarían un nuevo marco confederal asumiendo el derecho a decidir. La crisis
catalana ha puesto de manifiesto lo inoperante de los equilibrios identitarios
de la Transición en un Estado donde existen varias identidades. Si eso no se
canaliza más allá del estrecho cauce constitucional actual será un continuo
foco de tensiones… Hay otros aspectos muy relevantes que también nos jugamos el
20D y que exigirían reformas constitucionales. Empecemos por el blindaje de los
derechos sociales con su exigible cumplimiento (ahora son papel mojado) y la
lucha contra corrupción con una nueva ley de partidos que evite puertas
giratorias, financiaciones ilegales, absentismo y falta de transparencia… asociada
a una nueva ley electoral más proporcional. Sigamos por un ineludible pacto
educativo, basado en la excelencia y no en la ideología, la apuesta por un
modelo productivo que priorice I+D+I+I, energías alternativas, etc. desterrando
el ladrillo y el capitalismo de amiguetes para dar paso a la excelencia y el
emprendimiento. Ante estos cambios necesarios hay un partido renuente (el PP),
otro confuso (PSOE) y los dos emergentes claramente proclives junto a IU-UP.
Las cartas están sobre la mesa y sus bazas responden solo a esos ejes y
disyuntivas. Lo demás son ceremonias de la confusión mediática.