Enlace Periódico Aragón 16.3.2017
Quid est veritas? Se interrogaba Pilatos ante un Jesús
que se proclamaba “testimonio de la verdad”. Y eso nos preguntamos hoy todos,
porque la verdad no está de moda, parece ser. La posmodernidad puso en la
picota a la Ilustración y llevó a la guillotina a los grandes relatos (que
encerraban una verdad de pretensiones universales). Como antes le pasó a la intelligentsia con Dios (a Nietzsche
gracias) ahora se pensaban los pensantes que se habían quitado ese pesado fardo
de certidumbre y/o fe. Pero la ausencia de la verdad todavía fue más dura que el
mutis de la divinidad. La Revolución francesa había quitado la estatua de Nôtre-Dame en la homónima catedral parisina
para sustituirla por la de la Razón y, de esta manera, nos quedamos para el
futuro sin Virgen ni diosa. Vamos, que nos dejaron en la intemperie, huérfanos
de Madres Nutricias. Así pues, no era de extrañar que se sucedieran las
invasiones de bárbaros; primero los sansculottes
–que eran los “populistas robesperrianos” de entonces-, luego los
librepensadores y finalmente arribaron los filósofos posmodernos, que dejaron
los prados ideológicos como el caballo de Atila dejó los herbáceos. Esa
estampida del último cuarto del siglo XX ha ido deconstruyendo todas las
certidumbres, pero ese vacío se ha ido llenando de tópicos, estupideces,
superchería y toneladas de banalidad. La academia y las élites intelectuales
han arrasado con dioses y mitos, pero un pueblo llano que odia a esos señoritos
cerebrales se aferra a las creencias más superfluas e inconsistentes: su equipo
de fútbol, la Virgen de su pueblo, los ritos ancestrales, el fandom de lo más variado o los
improvisados héroes de la tele o las redes sociales (youtubers, influencers, etc.). ¿Los humanos podemos
vivir sin fes ni verdades? se preguntaría hoy Pilatos mientras se volvía a
lavar las manos.
Cualquiera le respondería que ya nadie cree en la política ni
en los políticos tradicionales, pero no es menos cierto que esa desafección
está siendo rentabilizada por los charlatanes de feria que han alcanzado
incluso la silla imperial; quizá esto ha acaecido porque los que se proclaman
políticos profesionales habían sucumbido a un discurso sin significado ni
destinatario claros. ¿La antipolítica significa que estamos ante el grado cero
de la ideología? Lyotard proclamó la muerte de esos “relatos pretenciosos” y en
ese cementerio dialéctico impera ahora una “no ideología única” que no se
presenta con la apariencia de tal. El Mercado es la única certeza porque es
como un Gran Hermano multiforme y multicamuflado que inocula la Única Verdad: “tanto
cuestas tanto vales”. En su Reino, que sí es de este mundo, los ricos son más
ricos y los pobres más pobres, aunque estos eligen a aquellos para que los intenten
sacar de la miseria cada vez más globalizada. Vivimos tiempos de paradojas, de
lo nunca visto (“ojalá vivas tiempos interesantes”, reza una vieja maldición
china); muchos agoreros se atreven incluso a establecer paralelismos con los
años más oscuros del periodo de entreguerras: ojo que de los escombros de las
creencias brotaron los autoritarismos. Hoy día todo está en cuestión, ya nadie
cree en la filosofía, pocos creen en la ciencia, menos en las ideologías…
Estamos en un gran poblado globalizado del Far
West en el que los maestros, los sabios, los sacerdotes y los políticos son
apaleados y se jalea a los vendedores de crecepelo. La verdad se ha extraviado.
No la encontraréis en la prensa, que se ha desvelado como otra plataforma para
contar historias más o menos manipuladas (como Netflix o Movistar), buscadla en
las redes sociales, porque allí al menos recalan las verdades de siete cabezas
que agitan las masas (el quinto poder). La verdad ya no hace a nadie libre
porque se ha enlatado y se vende en los supermercados. La verdad es acuchillada
cada idus de marzo por los nuevos sofistas y nominalistas de la neolengua
dominante. Si alguien intenta revivirla se encuentra con la policía o con los
“hechos alternativos” (la última arma de destrucción semántica patentada por la
Maquiavela del Emperador). Nada es lo que parece y nada parece lo que es. En
esta ceremonia de la confusión hacen su agosto los trileros. Porque al poder,
con mayúscula, le siguen interesando los malabares, porque al Poder le
beneficia la confusión para que nadie decodifique su algoritmo, que es más
simple de lo que quieren hacernos creer.
La Verdad y el Poder nunca fueron compañeros posibles, que se
lo pregunten a Pilatos, o a Botín, o a Felipe González o a César Alierta. Pero
eso poco importa en la “era de la posverdad” donde los hechos irrefutables,
contrastables, demostrables se han convertido en simples “hechos alternativos”
que se pueden moldear a gusto, como la plastilina, como el chicle sabor a
banana en la boca del emperador de América. Un emperador tan ignorante como el
pueblo embrutecido por el Mercado que gobierna a golpe de una verdad –la suya-
que cabe en ciento cuarenta caracteres repartidos Urbi (léase Whasington, Roma ya es solo un parque temático) et Orbe. Así pues, si Pilatos estuviera
al lado del nuevo emperador no le susurraría al oído, como en la vieja Roma,
aquello de “Recuerda que eres mortal”, sino esto otro –más acorde con el personaje
Trump-: “Recuerda, la posverdad les hará creer que son libres”. Y en esas
estamos.