En su último largometraje
Scorsese resume muy bien el espíritu del capitalismo financiero contemporáneo.
A diferencia de los habituales gángsteres del director italoamericano, el megabroker protagonista de El lobo de Wall Street (2013) no derrama
ni una gota de sangre, pero le jode la vida a miles de personas. Así de cruel
es el sistema que nos gobierna económica y, no nos engañemos, políticamente. La
interminable tragedia griega está poniendo de manifiesto hasta qué punto estos
amos del mundo se saltan la democracia cuando el pueblo, harto y esquilmado, se
pronuncia en contra de sus intereses. Como el depredador bursátil interpretado
por Di Caprio, la troika, siempre con la complicidad del imperio americano,
ejerce una violencia sistémica que afecta sobre todo a los más débiles; las
élites depredadoras son responsables del desmontaje del estado de bienestar,
del empobrecimiento de la clase media y de la precarización galopante. Grecia
es la primera batalla europea, pero este IV Reich fundamentado en el euro y el
orden neoliberal necesita nuevos sacrificios para alimentar la insaciable
codicia de los bancos y fondos de inversión que lo sustentan. Ellos y sus
terminales mediáticas se empeñan en asegurarnos que no hay otra salida, que más
allá de su statu quo está el caos y
los dragones. El miedo suele traerles réditos, por eso están haciendo un
espectáculo de la prollongada y programada ejecución sumaria del país heleno.
Creemos que vivimos en el mejor de los mundos en esta pax americana globalizada y posmoderna, pero en verdad estamos
regidos por una tremenda violencia: algo hemos ganado, hemos pasado de lo real
a la era virtual, de la sangre a bobotones a la pixelada. Por desgracia este
ultraviolento videojuego de comienzos del XXI se parece bastante a los prolegómenos
de la Segunda Guerra Mundial, cuando la avaricia de los imperialismos revestida
de hipertrofiada ideología llevó al mundo a la catástrofe. Entonces perdieron
los derechos humanos, la democracia y Europa, los mismos actores que ahora
están siendo sacrificados, sin hemoglobina, en el altar de la ortodoxia
económica, por mucho que se presente desde la virtualidad televisiva.
En España la violencia
larvada también se ha desatado desde que el 13 de junio se escenificara en las
grandes ciudades –las que marcan el norte sociológico- la posibilidad de que la
indignada ciudadanía haga valer su poder democrático a través de plataformas
sociales y partidos de izquierda altersistémica. Su primera víctima no esperó
ni 48 horas: Guillermo Zapata, el concejal del Ayuntamiento de Madrid más
efímero que se recuerde. Este temprano descabezamiento, al que siguieron las
exigencias de otros desde la crecida caverna, supone el primer disparo certero
de una ofensiva artillera desde las profusas y potentes baterías mediáticas de
la derecha. Ha estallado la guerra -virtual, no se asusten- entre las dos
Españas, la que defiende a toda costa los privilegios del establishment (muchos por ignorancia o estulticia) y la que quiere
dejar de ser vasalla de políticas neoliberales, capitalismo de amiguetes,
mamandurrias, corrupción insitucionalizada y toda esa madeja de escoria en la
que se ha enmarañado el Régimen del 78. Como pasó en 1936 este es un prólogo de
esa otra guerra a escala europea y mundial que venimos comentando. Las guerras
se desarrollan ahora en el terreno virtual/mediático, aunque la violencia y la
vesania parezcan muy reales. La hidra de tres cabezas (el conglomerado
financiero-político-mediático) que domina la geografía ibérica, en connivencia
con la Troika, ha olido a Apocalipsis y vomita fuego descalificador por sus
fauces. El paralelismo con el intento de cambio que se emprendió con la II
República es innegable, si bien ahora, insisto, jugamos en el ciberespacio, con
víctimas que son sacrificadas en el orden simbólico. Bienvenidos a esta nueva
entrega entre Juego de tronos
-dragones incluidos- Walking deads y el maquiavelismo de House of cards. Más allá de la
inoportunidad de unos viejos tuits sacados de contexto o de un plante ante “el
sentido común económico”, la cobrada cabeza de Zapata y la tambaleante de
Tsipras pretenden marcar el territorio por parte de los verdaderos mandarines;
es un aviso a los gobiernos recién llegados para que no traspasen las líneas
rojas de sus sagrados intereses si no quieren ser arrasados por el fuego del
fin del mundo.
Juegan con todas sus
cartas marcadas, mienten con aplomado cinismo. Sacan a relucir la ética o el
espantajo de la estabilidad económica… Tanto da; lo importante es mantener el
injusto sistema que les ampara, defender los intereses económicos de sus
patrones. ¿Qué autoridad moral tienen los que no han condenado el holocausto
del franquismo, los que sistemáticamente se ríen de esas víctimas y del dolor
de sus descendientes en tuits, tertulias y blogs?, ¿qué imperativo ético pueden
exhibir quienes proclaman en sede parlamentaria “que se jodan los parados”,
quienes hacen gala de sus actitudes machistas, xenófobas y homófobas?, ¿qué
referente puede ser un presidente que sigue ahí tras conocerse sus SMS de apoyo
a un delincuente financiero? ¿Qué autoridad tiene un Junker que propició un
paraíso fiscal cuando presidía su país o esta Alemania del austericidio a la
que se le perdonó su deuda para llegar hasta su actual cima? Asistimos a una
opereta centroeuropea donde los valores –la democracia, la dignidad, los
derechos humanos- ya no pintan nada, solo los intereses de los eurocomerciantes
que la protagonizan. Alemania vuelve a liderar esta ofensiva contra la
democracia, contra la Europa de Jean Monnet, ahora sin panzerdivisionen, porque los métodos han cambiado en un mundo
políticamente correcto. Le siguen los países ricos del norte y centro del Viejo
Continente, que han asimilado –gobiernen conservadores o socialdemócratas- la
doctrina neoliberal frente a la Europa política y social. La única salida digna
es la rebelión, que solo puede concretarse en el humillado Sur y, tras la
batalla de Grecia, España podría ser la tumba de este nuevo “fascismo de ropaje
neoliberal”.
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