Si en algo ha destacado la monarquía juancarlista
es encandenando relatos heroicos. La legitimidad del joven rey impuesto por
Franco se consumó con la fábula del 23F, “golpe” promovido por quien fuera su
instructor y jefe de su Casa Real. Emergió así el Hércules restaurador de la
democracia en detrimento de otro franquista que acabó creyéndosela de verdad.
Tras Suárez la izquierda posible vino a apuntalar el nuevo régimen centrifugándolo
en un neoliberalismo que se refrendaría con el desvanecimiento del Coco
comunista. Felipe concedió beneficios socialdemócratas mientras metía en
cintura a la clase trabajadora y narcotizaba los movimientos sociales. Al calor
de la simbiosis entre el poder económico y político, floreció en la España
“progresista” del pelotazo una cleptocracia con vértice coronado y base
roldanesca. Arribó Aznar con un cuento reformista que ocultaba vesania
ultraliberal y acabaría exhibiendo el ADN autoritario de la derecha hispana. La
reacción ciudadana se empezó a activar tras las falacias del terrible 11M dando
paso al storytelling ZP: ampliar derechos
ciudadanos para adecentar el armazón corrupto del régimen. Juan Carlos y Botín
habían encontrado un tonto útil al que despertó la Troika de un bofetón que alcanzó
a todos los ciudadanos. “Rajoy el falaz” no decepcionó a su fama ni a Merkel, aunque
sorprendió con sus tijeretazos y una contrarreforma liquidadora de derechos.
Hasta que el pueblo se hartó el 25M, el establishment
tembló y forjaron la última leyenda de ejemplar monarca cuyo sacrificio propiciaba
el cambalache de coronas para que todo siga igual. Nace para perpetuar la Edad
de Oro Transitiva un “preparado” pero deslegitimado Borbón en una era digital que
exige democracias plenamente participativas. El régimen sigue en trasnochado
tiempo analógico mientras la ciudadanía acecha: a la Tercera va la vencida.
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